El Santo Rosario
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Suplemento

Manera de practicar esta devoción a la Santísima Virgen en el acto de comulgar

Antes de la Comunión.

266. 1.º Os humillaréis profundamente ante Dios; 2.º renunciaréis a vuestras disposiciones por buenas que vuestro amor propio os las haga ver; 3.º repetiréis vuestra consagración, diciendo: Tuus totus ego sum et omnia mea tua sunt: Soy todo vuestro, mi amada Señora, con todo lo que tengo; 4.º suplicaréis a esta buena Madre que os preste su corazón para recibir en él a su Hijo con las mismas disposiciones. Le representaréis que conviene a la gloria de su Hijo no ser colocado en un corazón tan manchado e inconstante como el vuestro, y que no por eso se perderá ni menoscabará su gloria, sino que si Ella quiere venir a habitar en nosotros para recibir a su Hijo, lo puede por el dominio que tiene sobre los corazones, y que su Hijo será por Ella bien recibido, sin mancha y sin peligro de ser ultrajado ni perdido. Dios está en medio de Ella, y no será conmovida (Ps. 46,6). Le diréis con la mayor confianza que todos los bienes que le habéis dado son poca cosa para honrarla, pero que por la santa Comunión queréis hacerle el mismo presente que el Padre Eterno le ha hecho, y con el cual será más honrada que si le dieseis todos los bienes del mundo; y que, en fin, Jesús, que la ama sobre todo, desea aún tener en Ella sus complacencias y su reposo, aunque sea en vuestra alma, más miserable y más pobre que el establo adonde Jesús no halló inconveniente en ir porque allí estaba Ella. Le pediréis su Corazón con estas tiernas palabras: Yo os recibo por mi todo: dadme vuestro corazón, oh María (Jn. 19,27; Prov. 4,10).

En la Comunión.

267. Poco antes de recibir a Jesucristo y después del Padre nuestro, diréis tres veces: Señor, yo no soy digno. La primera vez, al Padre Eterno, que no sois digno por vuestros malos pensamientos e ingratitudes para con un Padre tan bueno, de recibir a su Hijo único, pero que vea a María su esclava, Ecce ancilla Domini, que ruega en vos y para vos y que os da una confianza singular para con su Majestad: Porque sólo tu, Señor, has asegurado mi esperanza (Ps. 4,10).

268. Diréis al Hijo: Señor, yo no soy digno; que no sois digno de recibirle por vuestras inútiles y malas palabras, y por vuestra infidelidad a su servicio, pero que, no obstante, le suplicáis que tenga piedad de vos, que le introduciréis en la morada de su propia Madre y vuestra, y que no le dejaréis ir hasta que venga a habitar en ella: Le cogí y no lo soltaré, en tanto no lo introduzca en casa de mi madre, en la habitación de quien me dio a luz (Cant. 3,4). Suplicadle que se levante y venga al lugar de su reposo y al arca de la santificación (Ps. 131,8). Decidle que de ningún modo ponéis vuestra confianza en vuestros méritos, fuerzas y preparación, como Esaú, sino en los de María, tu querida Madre, como el humilde Jacob en los cuidados de Rebeca; que, por muy pecador y Esaú que seas, te atreves a acercarte a su santidad, apoyado y adornado de las virtudes de su Santísima Madre.

269. Diréis al Espíritu Santo: Señor, yo no soy digno; que no sois digno de recibir al modelo perfecto de la caridad a causa de la tibieza e iniquidad de vuestras acciones y de vuestras resistencias a sus inspiraciones, pero que toda vuestra confianza está en María, su fiel Esposa, y le diréis con San Bernardo: Esta es mi mayor confianza; ésta es toda la razón de mi esperanza.
Puedes rogarle también que venga a María su Esposa indisoluble; que su seno está tan puro y su corazón abrasado como nunca; y que si El no desciende a tu alrna, ni Jesús ni María se formarán en ella, ni serán dignamente hospedados.

Después de la Sagrada Comunión.

270. Después de la Sagrada Comunion, recogiéndoos interiormente, introduciréis a Jesucristo en el Corazón de María. Le daréis a su Madre, que le recibirá amorosamente, le colocará honrosamente, le adorará profundamente, le amará perfectamente, le abrazará estrechamente, y le hará, en espíritu y en verdad, muchísimos oficios que, en nuestras espesas tinieblas, nos son desconocidos.

271. O bien, estaréis profundamente humillados en vuestro corazón, en presencia de Jesús que reside en María; o permaneceréis como un esclavo a la puerta del palacio del Rey, donde está hablando con la Reina, y mientras se hablan mutuamente sin necesidad de vos, iréis en espíritu al cielo y por toda la tierra a rogar a las criaturas que agradezcan, adoren y amen a Jesús en María en vuestro nombre: Venid, adoremos; venid (Ps. 94,6).

272. O bien, pediréis a Jesús, en unión de María, el advenimiento de su reino sobre la tierra por su Santísima Madre, o la divina Sabiduría, o el amor divino, o el perdón de vuestros pecados, o cualquier otra gracia, pero siempre por María y en María, diciendo, mientras fijas los ojos en tu miseria: Señor, no miréis a mis pecados. Pero vean vuestros ojos en mí las virtudes y méritos de María. Y recordando vuestros pecados, añadiréis: Soy yo el que ha cometido estos pecados. O también: Del hombre injusto y engañador, que soy yo, líbrame, Señor (Ps. 42,1). O bien: Jesús mío, es menester que Vos crezcáis en mi alma, y que yo decrezca; María, mi buena Madre, es menester que Vos crezcáis en mí y que yo disminuya más que nunca (Hebr. 10,38).

273. El Espíritu Santo inspira y os inspirará otra infinidad de pensamientos, si sois interior, mortificado y fiel a esta grande y sublime devoción que acabo de enseñaros. Pero acordaos siempre que cuanto más dejéis a María obrar en vuestra Comunión, tanto más será glorificado Jesús; y dejaréis obrar más a María para Jesús, y a Jesús en María, cuanto más profundamente os humilléis, y con cuanta mayor paz y silencio le escuchéis, sin inquietaros por ver, gustar ni sentir; porque el justo vive en todo de la fe, y particularmente en la santa Comunión, que es un acto de fe: Mi justo vivirá de la fe (Jn. 3,30).