El Santo Rosario
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Parte Segunda

Efectos maravillosos que esta devoción produce
en un alma que es fiel a ella

213. Persuadíos de que si sois fiel a las prácticas interiores y exteriores de esta devoción, que os voy a marcar a continuación:
1.º El Espíritu Santo os dará por María, su amada Esposa, luz para conocer lo malo de vuestro fondo, vuestra corrupción y vuestra incapacidad para todo bien, si Dios no es su principio, como autor de la naturaleza y de la gracia, y por consecuencia de este conocimiento os despreciaréis y no pensaréis en vos sino con horror. Os consideraréis como un reptil que lo mancha todo con su baba, o como un áspid que lo inficiona todo con su veneno, o como una maliciosa serpiente que sólo procura engañar. En fin, la humilde María os hará partícipe de su profunda humildad, la que os hará, despreciándoos, que no despreciéis a nadie y deseéis que os menosprecien.

214. 2.º La Santísima Virgen os dará parte de su fe, que fue sobre la tierra más grande que la fe de todos los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles y de todos los Santos. Ahora que está reinando en los cielos, no tiene ya esta fe, porque lo ve todo claramente en Dios por la luz de la gloria; pero, no obstante, con el agrado del Altísimo la conserva en cierto sentido en el cielo, la conserva para guardarla en la Iglesia militante a sus fieles siervos y devotos.
Cuanto más ganéis la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen fiel, más fe verdadera tendréis en toda vuestra conducta; una fe pura, que hará que no os inquietéis de lo sensible y de lo extraordinario; una fe viva y animada por la caridad que hará que no obréis sino por motivos de puro amor; una fe firme e inquebrantable como una roca, que os mantendrá firmes y constantes en medio de las tempestades y las tormentas; una fe activa y penetrante que, como un divino salvoconducto, proporcionará entrada en todos los misterios de Jesucristo, en los fines últimos del hombre, y en el corazón de Dios mismo; una fe animosa que os animará e inducirá a emprender y llevar a cabo, sin titubear, grandes cosas por la gloria de Dios, y para la salud de las almas; en fin, una fe que será vuestra lumbrera ardiente, vuestra vida divina, vuestro tesoro escondido y rico de la divina sabiduría, y vuestra poderosísima arma, de la que os serviréis para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, para abrasar los tibios y a los que tienen necesidad del oro abrasado de la caridad, para dar vida a los que están muertos por el pecado, para conmover y convertir por vuestras dulces y poderosas palabras los corazones de mármol y arrancar los cedros del Líbano, y en fin, para resistir al demonio y a todos los enemigos de la salvación.

215. 3.º Esta Madre del Amor Hermoso quitará de vuestro corazón todo escrúpulo, todo temor servii y desarreglado; lo abrirá y ensanchará para que corráis por el camino de los mandamientos de su Hijo con la santa libertad de los hijos de Dios, y para introducir en el alma el puro amor cuyo tesoro tiene Ella. De modo que no os conduciréis, como hasta ahora, para con el Dios de caridad con temor, sino con el amor más desinteresado. Le miraréis como a vuestro buen Padre, a quien procuraréis agradar siempre, con quien conversaréis confiadamente como un hijo con su tierno padre. Si por desgracia llegáis a ofenderle, os humillaréis inmediatamente delante de El; le pediréis perdón humildemente, le tenderéis la mano con sencillez, os levantaréis amorosamente, sin temblor ni inquietud, y seguiréis marchando hacia El animosamente.

216. 4.º La Santísima Virgen os llenará de una gran confianza en Dios y en Ella misma: 1.º, porque ya no os acercaréis a Jesucristo por vos mismo, sino por medio de esta buena Madre; 2.º, porque habiéndole dado todos vuestros méritos, gracias y satisfacciones para que disponga de ellos a su gusto, Ella os comunicará sus virtudes, y os vestirá con sus méritos, de suerte que podréis decir a Dios con confianza: He aquí a María, vuestra sierva, hágase en mí según vuestra palabra; 3.º, porque habiéndoos dado a Ella enteramente en cuerpo y alma, María, cuya liberalidad es incomparable, no se dejará vencer en generosidad, y se os dará, en cambio, de una manera maravillosa pero verdadera, de modo que podréis decirle resueltamente: "Yo soy tuyo, Santísima Virgen, sálvame" (Ps. 118,94); o como lo he dicho ya con el discípulo amado: "Os he tomado, Santísima Virgen, en lugar de todos mis bienes". Aún podréis decir con San Buenaventura: "Mi amada dueña y salvadora, yo trabajaré confiadamente, y nada temeré, porque Vos sois mi fortaleza, mi alabanza en el Señor... Soy todo vuestro, y todo lo mío os pertenece. ¡Oh gloriosa Virgen, bendita sobre todas las cosas creadas: te pondré sobre mi corazón como un sello, porque tu amor es fuerte como la muerte!" Podréis decir a Dios con los sentimientos del Profeta: "Señor, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis ojos. No he andado en grandezas ni en cosas maravillosas sobre mí. Sí, no tenía yo sentimientos humildes, y por el contrario, engreí mi alma. Como el niño destetado junto a su madre, así sea el galardón en mi alma" (Ps. 130,1-2). Ella es, dice un santo, el tesoro del Señor.
Lo que aún aumentará más vuestra confianza en María, es que habiéndole dado en depósito todo cuanto tenéis de bueno para comunicarlo o guardarlo, tendréis menos confianza en vos mismo y mucha de esta bienaventurada Madre Virgen, que es vuestro tesoro. ¡Oh, qué confianza y qué consuelo para un alma el poder decir que el tesoro de Dios, en que el Eterno Padre ha puesto todo lo más precioso, es también suyo!

217. 5.º El alma de la Santísima Virgen se os comunicará para glorificar al Señor; su espíritu entrará en el lugar del vuestro, para regocijarse en Dios, su Salvador, siempre que seáis fiel a las prácticas de esta devoción.
¡Ah! ¿Cuándo llegará aquel dichoso tiempo, dice un santo varón de nuestros días, en que todo estará lleno de María? ¡Ah! ¿Cuándo llegará esa feliz época en que la Virgen Santísima será la señora y soberana de todos los corazones para someterlos plenamente al imperio de su grande y único Jesús? ¿Cuándo las almas respirarán a María, como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en este lugar de miseria, en que, encontrando el Espíritu Santo a su amada Esposa como reproducida en las almas fieles, vendrá sobre ellas abundantemente y las colmará de sus dones, y particularmente del don de la sabiduría, para obrar maravillas de la gracia; ¿cuándo llegará ese tiempo feliz y ese siglo de María, en que las almas, absorbiéndose en el abismo de su interior, lleguen a ser copias vivientes de María para amar y glorificar a Jesucristo? Este tiempo no llegará más que cuando se conozca la devoción que yo enseño: Venga a nosotros el reinado de María, para que venga, Señor, tu reinado.

218. 6.º Si cultivamos bien a María, que es el árbol de la vida en nuestra alma, siguiendo con fidelidad la práctica de esta devoción, Ella dará su fruto en su tiempo, y este fruto suyo es Jesucristo. Veo a tantos devotos y devotas que buscan a Jesucristo, los unos por un camino y una práctica, los otros por otra, y frecuentemente, después de haber trabajado mucho durante la noche, pueden decir: A pesar de haber trabajado toda la noche no hemos cogido (Lc. 5,5). Y se les puede decir: Habéis trabajado mucho y habéis aprovechado poco; Jesucristo es todavía muy débil en vosotros. Pero por el camino inmaculado de María y por medio de esta práctica divina que enseño, se trabaja durante el día, se trabaja en un lugar santo, se trabaja poco. En María no hay noche, porque en Ella no hay pecado, ni aun la menor sombra de él. María es lugar santo y el Santo de los Santos, en donde los santos han sido formados y moldeados.

219. Observad bien, os lo suplico, que digo que los santos han sido moldeados en María. Hay una gran diferencia entre construir una figura en relieve a golpe de martillo y de cincel, y hacerla por medio de molde; los escultores y estatuarios trabajan mucho en construir figuras del primer modo, y emplean mucho tiempo, pero de la segunda manera trabajan poco y hacen mucho en corto tiempo. San Agustín llama a la Virgen forma Dei, el molde de Dios: Por esto te llamo molde de Dios, dignamente lo fuiste; el molde propio para formar y modelar santos. El que es echado en este molde divino, bien pronto es formado y modelado en Jesucristo, y Jesucristo en él; a poca costa y en poco tiempo llegará a ser semejante a Dios, toda vez que ha sido echado en el mismo molde en que se formó un Dios hecho hombre.

220. Paréceme que bien puedo comparar a estos directores y personas devotas que quieren formar en sí o en otros a Jesucristo, por otras prácticas diferentes de éstas, a los escultores que, poniendo su confianza en su habilidad, en su industria y en su arte, dan infinidad de golpes de martillo y de cincel sobre una piedra dura o un pedazo de madera tosca, para hacer con ella la imagen de Jesucristo, y sucede que no logran sacarla al natural, ya por falta de bastante conocimiento de la persona de Jesucristo, ya por haber dado mal algún golpe que estropea la obra.
Pero a los que abrazan el secreto que les presento, los comparo fundadamente a los fundidores y modeladores que, habiendo encontrado el hermoso molde de María en que Jesús fue natural y divinamente formado, sin fiarse de su propia industria, sino únicamente de la bondad del modelo, se arrojan y se absorben en María para llegar a ser el retrato al natural de Jesucristo.

221. ¡Oh hermosa y verdadera comparación! ¿Quién la comprenderá? Deseo que la comprendan mis queridos lectores; pero tengan presente que no se arroja en el molde más que lo que esta fundido y líquido; es decir, que es menester fundir y destruir en nosotros al viejo Adán, para llegar a ser el nuevo en María.

222. 7.º Por medio de esta práctica, fidelísimamente observada, daréis a Jesucristo más gloria en un mes, que de ninguna otra manera, por más difícil que sea, en muchísimos años. He aquí las razones en que me fundo para decirlo:
a) Porque ejecutando nuestras acciones por medio de la Virgen, como enseña esta práctica, os despojáis de vuestros propios intereses y operaciones, aunque sean terrenas y humildes, para aplicaros, por decirlo así, las suyas, aunque os sean desconocidas, y de este modo entráis en participación de la sublimidad de sus intenciones, que han sido tan puras, que más gloria ha dado María a Dios por la más insignificante de sus acciones, por ejemplo, hilando en la rueca, o haciendo un punto de aguja, que San Lorenzo sobre las parrillas, por su cruel martirio, y más que todos los santos por sus acciones más nobles y heroicas. Durante su mansión en la tierra, la Virgen adquirió un cúmulo tan inefable de gracias y de méritos, que más fácilmente se contarían las estrellas del firmamento, las gotas de agua de la mar y las arenas de las playas que los méritos y gracias de María Santísima. Ella ha procurado más gloria a Dios que le han dado y le darán todos los Angeles y Santos. iQué prodigio el vuestro, María! No sabéis hacer sino prodigios de gracia en las almas que desean perderse en Vos.

223. b) Porque un alma fiel, por esta práctica, comoquiera que no tiene en nada cuanto piensa o hace por sí misma, y no coloca su apoyo ni su complacencia más que en las disposiciones de María, para acercarse a Jesucristo y hasta para hablarle, ejercita mucho más la humildad que las almas que obran por sí mismas; las cuales aunque imperceptiblemente, se apoyan y se complacen en sus disposiciones; y, por consiguiente, glorifica más altamente a Dios, pues Este nunca es tan perfectamente glorificado como cuando lo es por los humildes y sencillos de corazón.

224. c) Porque deseando la Santísima Virgen, por su inmensa caridad, recibir en sus manos virginales el regalo de nuestras acciones, les da una belleza y un esplendor admirables, las ofrece a Jesucristo sin temor de ser rechazada, y Nuestro Señor se glorifica más en ello que si se lo ofreciésemos con nuestras manos criminales.

225. d) En fin, porque no pensaréis jamás en María sin que María, por vosotros, piense en Dios; no alabaréis ni honraréis jamás a María, sin que María alabe y honre a Dios. María es toda relativa a Dios, y me atrevo a llamarla la "relación de Dios", pues sólo existe con respecto a El, o el eco de Dios, ya que no dice ni repite otra cosa más que Dios. Si dices María Ella dice Dios. Santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, y María, el eco fiel de Dios, exclamó: "Mi alma glorifica al Señor". Lo que en esta ocasión hizo María, lo hace todos los días; cuando la alabamos, la amamos, la honramos o nos damos a Ella, alabamos a Dios, amamos a Dios, honramos a Dios, nos damos a Dios por María y en María.

Prácticas particulares de esta devoción

PRÁCTICAS EXTERIORES

226. Aunque lo esencial de esta devoción consiste en lo interior, no deja de tener muchas prácticas exteriores que conviene no despreciar: Conviene hacer esto y no omitir aquello (Mat. 23,23); ya porque las prácticas exteriores bien hechas ayudan a las interiores; ya porque recuerdan al hombre, que siempre se guía por los sentidos, lo que ha hecho o debe hacer; ya porque son a propósito para edificar al prójimo que las ve, cosa que no hacen las prácticas interiores. Que ningún mundano ni crítico venga, a objetar que la devoción está en el corazón, que es menester evitar lo que es exterior, que, porque en ello puede haber alguna vanidad, es menester esconder la devoción. A los tales respondo con el Señor: que los hombres vean nuestras buenas obras, a fin de que glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos; que no se deben, como dice San Gregorio, practicar estas acciones y devociones exteriores para agradar a los hombres y alcanzar alguna alabanza, la cual sería vanidad, pero que alguna vez conviene que se practiquen ante los hombres con la mirada de agradar a Dios y de darle en ello gloria, sin hacer caso ni de los desprecios ni de las alabanzas de los hombres.
Sólo en compendio notaré algunas prácticas exteriores; y no las llamo así porque se hacen sin sentimiento interior, sino porque tienen una parte exterior, y además para distinguirlas de las que son puramente interiores.

227. Primera práctica. Aquellas personas que quieran entrar en esta devoción particular, que no ha sido erigida en cofradía, aunque sería mucho de desear, después de haber, como he dicho en la primera parte de esta preparación al reinado de Jesucristo, empleado doce días, por lo menos, en vaciarse del espíritu del mundo, contrario al de Jesucristo, emplearán tres semanas en penetrarse del espíritu de Jesucristo por medio de la Virgen, a cuyo efecto pueden observar este orden:

228. Durante la primera semana dedicarán todas sus oraciones y actos de piedad a pedir el conocimiento de sí mismos y la contrición de sus pecados, y todo lo harán con espíritu de humildad. Podrán meditar lo que he dicho sobre nuestro mal fondo y no se considerarán en los seis días de esta semana, más que como caracoles, babosas, sapos, cerdos, serpientes, animales inmundos; o bien meditarán estas tres palabras de San Bernardo: Piensa lo que fuiste, semen pútrido; lo que eres, vaso de estiércol; lo que serás, cebo de gusanos. Rogarán a Nuestro Señor y al Espíritu Santo que les ilumine por estas palabras: Señor, que yo vea; Señor, que me conozca; Ven Espíritu Santo, y recitarán todos los días el Ave, Maris Stella, y las letanías de la Santísima Virgen o del Espíritu Santo.
Recurrirán a la Santísima Virgen, pidiéndole esta gracia, que debe ser el fundamento de las otras, y para ello dirán todos los días el Ave, Maris Stella y las letanías.

229. Durante la segunda semana se dedicarán en todas las oraciones y obras del día a conocer a la Santísima Virgen, cuyo conocimiento pedirán al Espíritu Santo, leyendo y meditando lo que sobre esto hemos dicho. Recitarán como en la primera semana las letanías del Espíritu Santo y el Ave, Maris Stella, y además el Rosario, o al menos una corona con esta intención.

230. Emplearán la tercera semana en conocer a Jesucristo, a cuyo fin podrán leer y meditar lo que de eso hemos dicho, y recitar la oración de San Agustín, que se lee en la primera parte de este Tratado. Con el mismo santo podrán decir y repetir al día: que os conozca yo, Señor; o bien: Señor, que vea yo quién sois. Recitarán como en las semanas precedentes las letanías y el Ave, Maris Stella, y añadirán todos los días las letanías del Santo Nombre de Jesús.

231. Al fin de las tres semanas se confesarán y comulgarán con la intención de entregarse a Jesucristo en calidad de esclavos de amor, por medio de María, y después de la Comunión, la cual procurarán hacer según el método que más adelante expresaré, recitarán la fórmula de su consagración, la que convendrá que escriban o hagan escribir, si no está impresa, y la firmen el mismo día que la hagan.

232. Bueno será que en ese día paguen algún tributo a Jesucristo y a la Virgen, ya por vía de penitencia de su infidelidad a los votos del Bautismo, ya para protestar de su completa dependencia del dominio de Jesús y de María. Este tributo será según la devoción y la capacidad de cada cual, como un ayuno, una mortificación, una limosna; aun cuando no diesen más que un alfiler, es bastante para Jesús, que sólo atiende a la buena voluntad.

233. Todos los años al menos, el mismo día, renovarán la misma consagración, observando las mismas prácticas durante tres semanas. Asimismo podrán todos los meses, y aun todos los días, renovar todo lo que han hecho con estas pocas palabras: Tuus totus ego sum, et omnia mea tua sunt: Soy todo vuestro, y todo lo que tengo os pertenece, ioh mi amable Jesús! por María vuestra Santísima Madre.

234. Segunda práctica. Recitarán todos los días de su vida, sin molestia alguna, la pequeña corona de la Virgen, compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías, en honra de las doce prerrogativas y grandezas de la Santísima Virgen. Esta práctica es muy antigua y tiene su fundamento en la Escritura Santa. San Juan vio una mujer coronada de doce estrellas, vestida del sol y teniendo la luna bajo sus pies. Esta mujer, según los intérpretes, es la Santísima Virgen.

235. Hay muchas maneras de recitar bien esta pequeña corona, que sería largo enumerar. El Espíritu Santo se las enseñará a los que sean fieles a esta devoción. Sin embargo, para recitar esta corona con la mayor sencillez, conviene desde luego decir: Dignaos escuchar mis alabanzas, ¡oh Virgen Santísima!; dadme fuerzas contra vuestros enemigos; en seguida se recitará el Credo, después un Padrenuestro, y luego cuatro Avemarías y un Gloria Patri, y se repite el Padrenuestro, cuatro Avemarías y un Gloria Patri, y así lo demás. Al fin se dice: Bajo tu amparo, etc.

236. Tercera práctica. Es muy laudable, muy glorioso y muy útil a aquellos y aquellas que de esta manera se han hecho esclavos de Jesús en María, que lleven como señal de su esclavitud de amor, cadenillas de hierro bendecidas con una bendición propia que pondré después. Estas señales exteriores, en verdad no son esenciales, y una persona puede muy bien prescindir de ellas a pesar de haber abrazado esta devoción; sin embargo, no puedo menos de alabar grandemente a aquellos y aquellas que, después de haber sacudido las cadenas vergonzosas de la esclavitud del diablo, con que el pecado original y quizá los pecados actuales los hayan atado, se han sometido voluntariamente a la gloriosa esclavitud de Jesucristo y se glorían con San Pablo de estar encadenados por Jesucristo, con cadenas mil veces más gloriosas y preciosas, aunque de hierro y sin brillo, que todos los collares de oro de los emperadores.

237. Aunque en otro tiempo nada había más infame que la cruz; ahora este madero es lo más glorioso del cristianismo. Lo mismo decimos de los hierros de la esclavitud. Nada había entre los antiguos más ignominioso, ni lo hay ahora entre los paganos; pero entre los cristianos nada hay más ilustre que estas cadenas de Jesucristo, porque ellas nos desatan y preservan de las prisiones infames del pecado y del demonio; porque nos ponen en libertad y nos ligan a Jesús y María, no con violencia y por fuerza, como los presidiarios, sino como hijos por caridad y amor: Los atraeré a mí, dice el Señor por boca de un profeta, con cadenas de caridad (Os. 11,4). Estas cadenas, por consiguiente, son fuertes como la muerte (Cant. 8,6), y en algún modo más fuertes aún, en aquellos que sean fieles en llevar hasta la muerte estas señales gloriosas, pues aunque la muerte destruya el cuerpo reduciéndolo a podredumbre, no destruirá los lazos de esta esclavitud, que, por ser de hierro, no se corrompen fácilmente, y en la resurrección de los cuerpos, en el gran juicio del último día, estas cadenas que todavía rodearán sus huesos, constituirán parte de su gloria, y se convertirán en cadenas de luz y de gloria. ¡Dichosos, pues, mil veces los esclavos ilustres de Jesús en María, que llevan sus cadenas hasta el sepulcro!

238. He aquí las razones por las cuales se llevan estas cadenas:
Primera, para que el cristiano se acuerde de los votos y promesas del Bautismo, de la renovación perfecta que él hizo de ellos por esta devoción y de la estrecha obligación que tiene de permanecer fiel a ellos. Dado que el hombre, habituado a guiarse más bien por los sentidos que por la pura fe, se olvida fácilmente de sus obligaciones respecto de Dios, si no tiene alguna cosa exterior que se las traiga a la memoria, estas cadenillas sirven maravillosamente al cristiano para hacerle recordar las cadenas del pecado y de la esclavitud del demonio, de las cuales el santo Bautismo lo ha librado, y la dependencia que ha prometido a Jesús en el santo Bautismo y la ratificación que de ella ha hecho por la renovación de sus votos; y una de las razones porque tan pocos cristianos piensan en los votos del Bautismo y viven con tanto libertinaje como si nada hubieran prometido a Dios, cual si fueran paganos, es el que no llevan ninguna señal exterior que les haga recordar todo esto.

239. Segunda, para mostrar que no nos avergonzamos de la esclavitud y servidumbre de Jesucristo, y que renunciamos a la esclavitud funesta del mundo, del pecado y del demonio.
Tercera, para librarnos y preservarnos de las cadenas del pecado y del infierno. Porque es preciso que llevemos o las cadenas de la iniquidad, o las cadenas de la caridad y de la salud.

240. ¡Ah, carísimo hermano mío!, rompamos las cadenas de los pecados y de los pecadores, del mundo y de los mundanos, del diablo y de sus secuaces, y lancemos lejos de nosotros su funesto yugo (Ps. 2,3). Metamos los pies, por servirme de los términos del Espíritu Santo, en estos cepos gloriosos y el cuello en estos collares (Eccli. 6,24).
Sometamos nuestros hombros y llevemos la Sabiduría que es Jesucristo, y no nos causen fastidio sus cadenas. Notarás que el Espíritu Santo, antes de decir estas palabras, prepara para ello el alma, a fin de que no rechace su importante consejo. He aquí sus palabras: Escucha, hijo mío, y recibe un consejo de sabiduría y no rechaces mi consejo (Eccl. 6,23).

241. No lleves a mal, queridísimo amigo, que me junte yo con el Espíritu Santo para darte el mismo consejo: Sus cadenas son ligaduras de salud (Eccli. 6,31). Como Jesucristo en la cruz debe atraerlo todo hacia Sí, de grado o por fuerza, atraerá a los réprobos con las cadenas de sus pecados para encadenarlos, a manera de presidiarios y de demonios, a su ira eterna y a su justicia vengadora; pero atraerá particularmente en estos últimos tiempos, a los predestinados con las cadenas de la caridad: Todo lo atraeré a mí (Jn. 12,32): Los atraeré con cadenas de amor (Os. 11,4).

242. Estos esclavos de amor de Jesucristo o encadenados de Jesucristo, pueden llevar sus cadenas al cuello, o en sus brazos, o en la cintura, o en los pies. El P. Vicente Caraffa, séptimo general de la Compañía de Jesús, que murió en olor de santidad el año 1643, llevaba como señal de servidumbre, un aro de hierro a los pies, y decía que su dolor consistía en no poder arrastrar públicamente la cadena. La M. Inés de Jesús, de la cual ya he hablado, llevaba una cadena de hierro alrededor de su cintura. Otros la han llevado al cuello, como penitencia de los collares de perlas que llevaron en el mundo... Algunos la han llevado en sus brazos, para acordarse en los trabajos de sus manos que eran esclavos de Jesucristo.

243. Cuarta práctica. Profesarán devoción singular al gran misterio de la Encarnación del Verbo, el 25 de marzo, que es el misterio propio de esta devoción que ha sido inspirada por el Espíritu Santo:
1.º Para honrar e imitar la dependencia inefable que Dios Hijo ha querido tener respecto de María, para la gloria de Dios su Padre y para nuestra salvación, la cual dependencia se muestra particularmente en este misterio en que Jesús aparece cautivo y esclavo en el seno de la divina María, en donde depende totalmente de Ella para todas las cosas.
2.º Para dar gracias a Dios por los favores incomparables que ha concedido a María y particularmente el de haberla escogido por su dignísima Madre, elección que ha sido hecha en este misterio. Tales son los dos principales fines de la esclavitud de Jesús en María.

244. Advertid que ordinariamente digo: el esclavo de Jesús en María, la esclavitud de Jesús en María. Puedes decir, en verdad, como muchos lo han hecho, el esclavo de María, la esclavitud de la Santísima Virgen, pero creo mejor que se diga: el esclavo de Jesús en María, como lo aconsejaba M. Tronson, superior general del Seminario de San Sulpicio, varón notable por su rara prudencia y su piedad consumada. He aquí las razones:

245. 1.ª Como vivimos en un siglo orgulloso, en que hay un gran número de sabios hinchados, espíritus fuertes y críticos que encuentran defectuosas las prácticas de piedad mejor fundadas y más sólidas, vale más, para no darles ocasión de crítica sin necesidad, decir la esclavitud de Jesús en María, y llamarse el esclavo de Jesucristo, que el esclavo de María, tomando la denominación de esta devoción más bien de su fin último, que es Jesucristo, que del camino y medio para llegar a este fin, que es María, por más que una y otra se pueden, a la verdad, usar sin escrúpulo, como yo lo hago; así como un hombre que va de Orleans a Tours por el camino de Amboise, puede muy bien decir que va a Amboise y que va a Tours; con la diferencia, sin embargo, de que Amboise no es otra cosa que el camino recto para ir a Tours y que Tours sólo es su fin último y el término de su viaje.

246. 2.ª Como el principal misterio que en esta devoción se celebra y se honra es el misterio de la Encarnación, en el cual no se puede ver a Jesucristo sino en María y encarnado en su seno, es más a propósito decir la esclavitud de Jesús en María, de Jesús que mora y reina en María, según aquella hermosa plegaria de tan grandes almas: Oh Jesús que vivís en María, venid y vivid en nosotros en vuestro espíritu de santidad, etc.

247. 3.ª Este modo de hablar muestra más la unión que hay entre Jesús y María, que están tan estrechamente unidos, que el uno está todo en el otro: Jesús está todo en María, y María toda en Jesús, o más bien, María no es, sino que Jesús es sólo y todo en María, y más fácil sería separar la luz del sol que a María de Jesús; de modo que a Nuestro Señor se le puede llamar Jesús de María, y a la Santísima Virgen, María de Jesús.

248. Como el tiempo no me permite detenerme aquí para explicar las excelencias y las grandezas del misterio de Jesús viviendo y reinando en María, o de la Encarnación del Verbo, me contentaré con decir en pocas palabras que éste es el primer misterio de Jesucristo, el más oculto, el más excelso y el menos conocido; que en este misterio es donde Jesús, de acuerdo con María, en el seno de Esta, que por lo mismo ha sido llamado por los santos la sala de los secretos de Dios, ha escogido a todos los elegidos; que en este misterio es donde El ha obrado todos los misterios que han sucedido a éste en su vida, por la aceptación que de ellos hizo: Jesús al entrar en el mundo, dice: He aquí que vengo, oh Dios, para cumplir tu voluntad (Hebr. 10,5,7); y, por consiguiente, que este misterio es un resumen de todos los misterios, que contiene la voluntad y la gracia de todos; en fin, que este misterio es el trono de la misericordia, de la liberalidad y de la gloria de Dios. El trono de su misericordia para nosotros, porque, como no podemos acercarnos a Jesús si no es por María, no podemos ver ni hablar a Jesús si no es por María. Jesús, que atiende siempre a su querida Madre, concede allí siempre su gracia y su misericordia a los pobres pecadores. Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia (Hebr. 4,16). Es el trono de la liberalidad para con María, porque mientras este nuevo Adán permanece en este verdadero paraíso terrenal, obra en él ocultamente tantas maravillas, que ni los hombres ni los ángeles alcanzan a comprenderlas; por eso los Santos llaman a María la magnificencia de Dios, como si Dios sólo fuera magnifico en María. Es el trono de la gloria para su Padre, porque en María Jesucristo aplacó perfectamente a su Padre irritado contra los hombres; en Ella reparó perfectamente la gloria que el pecado le había arrebatado, y por el sacrificio que en Ella hizo de su voluntad y de sí mismo, le dio más gloria, que jamás le habían dado todos los sacrificios de la ley antigua, y, finalmente, en ella le dio una gloria infinita, que jamás había recibido del hombre.

249. Quinta práctica. Se dirá con gran devoción el Ave María o la salutación angélica, cuyo precio, mérito, excelencia y necesidad, pocos cristianos, aun los más ilustrados, conocen. Ha sido preciso que la Santísima Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes santos muy esclavos suyos para mostrarles tan gran mérito, como a Santo Domingo, San Juan de Capistrano o al Beato Alano de Rupe, los cuales han compuesto libros enteros de las maravillas y de la eficacia de esta oración, y han predicado públicamente que habiendo comenzado la salvación del mundo por el Ave María, la de cada uno en particular está unida a esa divina oración; que el Ave María es la que ha hecho venir sobre esta tierra seca y estéril el fruto de la vida, y que esta misma oración bien dicha es la que debe hacer germinar en nuestras almas la palabra de Dios y llevar el fruto de vida, Jesucristo; que el Ave María es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma, para hacerla producir su fruto a su tiempo, y que un alma que no está regada por esta oración no da fruto ni produce sino abrojos y espinas, y está próxima a ser maldecida.

250. He aquí lo que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano, como lo consigna él en su libro De dignitate Rosarii: Sepas, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que una señal próxima y probable de condenación eterna es tener aversión, flojedad, negligencia, en decir la salutación angélica. Ved cuán consoladoras y terribles son estas palabras, que no podrían creerse si por garantía de ellas no tuviésemos a este varón tan santo, y antes de él a Santo Domingo, y después a otros insignes varones, además de lo que nos dice la experiencia de muchos siglos, a saber: que siempre se ha notado que los que llevan la señal de la reprobación, cuales son los herejes, los impíos, los orgullosos y los mundanos, aborrecen y desprecian el Ave María y el Rosario.
Los herejes enseñan y aun recitan el Padre nuestro, pero no el Ave María ni el Rosario, al que tienen tal horror, que mejor llevarían sobre sí una serpiente, que un rosario; asimismo los orgullosos, aunque sean católicos, porque tienen las mismas inclinaciones que su padre Lucifer, no tienen sino menosprecio o indiferencia para con el Ave María, y consideran el Rosario como una devoción de mujercillas, que es buena solamente para los ignorantes y para los que no saben leer. Al contrario, se ha visto por experiencia que los que tienen grandes señales de predestinación aman y recitan con gozo el Ave María, y que cuanto más son de Dios, más aman esta oración. Esto mismo dijo la Santísima Virgen al bienaventurado Alano, a continuación de las palabras antes citadas.

251. Y no sé como sucede esto y por qué, pero no por eso es menos cierto; no tengo mejor secreto para conocer si una persona es de Dios, que el examinar si le gusta rezar el Ave María y el Rosario. Y digo si le gusta, por cuanto puede suceder que una persona esté en incapacidad natural y aun sobrenatural de recitarlo, pero lo ama siempre y lo inspira a otros.

252. Almas predestinadas, esclavas de Jesús y de María, sabed que el Ave María es la más bella de todas las oraciones después del Padre nuestro; es el mejor parabien que podéis dar a María, porque es la salutación que el Altísimo le hizo por medio de un arcángel para ganar su corazón; y fue tan poderosa en Ella por los secretos encantos de que está llena, que María dio su consentimiento a la Encarnación del Verbo, a pesar de su profunda humildad. Por esta salutación ganaréis, pues, infaliblemente su corazón, si la decís como es menester.

253. El Ave María bien dicha, esto es, con atención, devoción y modestia, es, según los santos, el enemigo del demonio, y el que le pone en huida, y el martillo que le aplasta; es la santificación del alma, el gozo de los Angeles, la melodía de los predestinados, el cántico del Nuevo Testamento, el placer de María y la gloria de la Santísima Trinidad. El Ave María es un rocío celestial que fecundiza al alma, es un ósculo casto y amoroso que se da a María, es una rosa encarnada que se le presenta, es una perla preciosa que se le ofrece, es una copa de ambrosía y de néctar divino que se le da. Todas estas comparaciones están tomadas de los Santos Doctores.

254. Os suplico, pues, con empeño, por el amor que os tengo en Jesús y en María, que no os contentéis con rezar la Coronilla de la Santísima Virgen, sino también la Corona (de 5 Misterios), y aun el Rosario (de 15 Misterios) si tenéis tiempo todos los días, y bendeciréis a la hora de vuestra muerte el día y la hora en que me habéis creido, y después de haber sembrado en las bendiciones de Jesús y de María, cosecharéis las bendiciones eternas en el cielo.

255. Sexta práctica. Para agradecer a Dios las gracias que ha hecho a la Santísima Virgen, se dirá muchas veces el Magnificat, a imitación de la bienaventurada María de Oignies y de otros muchos Santos. Es la única oración, la única obra que la Santísima Virgen ha compuesto, o más bien, que Jesús compuso por Ella, por cuanto hablaba por su boca; es el mayor sacrificio de alabanza que Dios ha recibido de una pura criatura en la ley de gracia; es, por una parte, el más humilde y más reconocido, y por otra, el más sublime y más elevado de todos los cánticos; encierra misterios tan grandes y tan escondidos, que los Angeles los ignoran. Gerson, doctor tan piadoso como sabio, después de haber empleado una gran parte de su vida en componer tratados llenos de erudición y de piedad sobre las materias más difíciles, emprendió, temblando, hacia el fin de su vida, la explicación del Magnificat, a fin de coronar todas sus obras. Refiere en un volumen infolio que sobre él compuso muchas cosas admirables acerca de este hermoso y divino cántico. Entre otras, dice que la misma Santísima Virgen lo recitaba frecuentemente, y en particular después de la Sagrada Comunión, por vía de acción de gracias.
El sabio Benzonio refiere, explicando el Magnificat, muchos milagros obrados por su virtud, y dice que los demonios tiemblan y huyen cuando oyen estas palabras: Presionó con su brazo, dispersó a los soberbios con el ímpetu de su corazón (Lc. 1,51).

256. Séptima práctica. - Los siervos fieles de María deben despreciar, aborrecer y huir mucho del mundo corrompido, y servirse de las prácticas de desprecio del mundo que hemos consignado en la primera parte.

PRÁCTICAS PARTICULARES E INTERIORES PARA LOS
QUE QUIEREN ALCANZAR LA PERFECCIÓN

257. Además de las prácticas exteriores de devoción que se acaban de referir, y que no se deben olvidar por negligencia ni menosprecio en cuanto el estado o la condición de cada uno lo permita, he aquí algunas prácticas interiores muy propias para los que el Espíritu Santo llama a una alta perfección, que, en cuatro palabras, se reducen a ejecutar todas las acciones por María, con María, en María y para María, a fin de practicarlas más perfectamente por Jesús, con Jesús, en Jesús y para Jesús.

258. 1.º Es menester ejecutar las acciones por María, es decir, es menester obedecer en todo a la Santísima Virgen y conducirse en todo por su espíritu, que es el espíritu de Dios. Los que son guiados por él, son hijos de Dios (Rom. 8,14). Los que son guiados por el espíritu de María, son hijos de María, y por consiguiente hijos de Dios, y entre tantos devotos de la Santísima Virgen, no hay más verdaderos y fieles devotos que los que se conducen por su espíritu. Porque el espíritu de María es el espíritu de Dios, ya que Ella no se guió jamás por su propio espíritu, sino siempre por el espíritu divino, que de tal modo se hizo dueño de María, que vino a ser su propio espíritu. Por esto San Ambrosio dijo: El alma de María esté en cada uno de nosotros para glorificar al Señor, y el espíritu de María para regocijarnos en Dios. ¡Qué dichosa es un alma, cuando a ejemplo de un hermano jesuita llamado Rodríguez (hoy San Alonso Rodríguez), muerto en olor de santidad, está del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que es un espíritu suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo!

259. Para que un alma se deje conducir por este espíritu de María es menester: 1.º Renunciar a su propio espíritu, a sus propias luces y a su voluntad antes de hacer alguna cosa: por ejemplo, antes de hacer la oración, de decir u oír la Santa Misa, de comulgar, etc., pues las tinieblas de nuestro propio espíritu y la malicia de nuestra propia voluntad y operación, si las seguimos, aun cuando nos parezcan buenas, pondrían obstáculos al santo espíritu de María. 2.º Es necesario entregarse al espíritu de María, para ser por él movidos y conducidos de la manera que Ella quiera. Es necesario ponerse y dejarse en sus manos virginales, como un instrumento en las manos de un trabajador, como un laúd en las manos de diestro tañedor. Es necesario perderse y abandonarse en Ella, como una piedra que se arroja al mar; y esto se hace sencillamente y en un instante, por una sola ojeada del espíritu, un ligero movimiento de la voluntad o por medio de palabras, diciendo, por ejemplo: Me renuncio a mí mismo y me doy a Vos querida Madre mía. Y aunque no se experimente ninguna dulzura sensible en este acto de unión, no por eso deja de ser verdadero: lo mismo que si, Dios no permita, dijéramos con toda sinceridad: Me doy al diablo, aunque lo dijéramos sin ningún cambio sensible, no perteneceríamos con menos verdad al demonio. 3.º Se debe, de cuando en cuando, durante la obra y después de ella, renovar el mismo acto de ofrecimiento y de unión, y cuanto más así lo hagamos, más pronto nos santificaremos, antes llegaremos a la unión con Jesucristo, unión que siempre sigue necesariamente a la unión con María, siendo así que el espíritu de María es el espíritu de Jesús.

260. 2.º Es necesario hacer todas nuestras obras con María; es decir: que debemos en nuestras acciones mirar a María como modelo acabado de toda virtud y perfección que el Espíritu Santo ha formado en una pura criatura, para que lo imitemos, según nuestra capacidad. Es menester, pues, que en cada acción miremos como María la ha hecho o la haría si estuviese en nuestro lugar. Para esto debemos examinar y meditar las grandes virtudes que Ella practicó durante su vida, particularmente: primero, su fe viva, por la cual creyó sin titubear la palabra del ángel, y creyó fiel y constantemente hasta el pie de la cruz; segundo, su humildad profunda, que la ha hecho ocultarse, callarse, someterse a todo y colocarse siempre la última; tercero, su pureza toda divina, que no ha tenido ni tendrá jamás igual bajo el cielo, y, en fin, todas sus demás virtudes.
Acordémonos, diré una vez más, que María es el grande y único molde de Dios, propio para hacer imágenes vivas de Dios, con pocos gastos y en poco tiempo; y que el alma que ha hallado este molde y se pierde en él, muy pronto se transforma en Jesucristo, a quien este molde representa al natural.

261. 3.º Es menester practicar estas acciones en María.
Para comprender bien esta práctica, es menester saber: 1.º que la Santísima Virgen es el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán, del cual el antiguo paraíso terrestre era sólo figura. Hay, pues, en este paraíso terrenal riquezas, bellezas, singularidades y dulzuras inexplicables que el nuevo Adán, Jesucristo, dejó en él. En este paraíso tuvo El sus complacencias durante nueve meses, obró sus maravillas y ostentó sus riquezas con la magnificiencia de Dios.
Este santísimo lugar no está compuesto sino de tierra virgen e inmaculada, de que fue formado el nuevo Adán por la operación del Espíritu Santo que habita en él. En este paraíso terrestre es donde verdaderamente está el árbol de la vida, que produjo a Jesucristo, fruto de la vida; el árbol de la ciencia del bien y del mal que ha dado la luz al mundo.
Hay en este lugar divino árboles plantados por la mano de Dios y rociados con su divina gracia, que han producido y todos los días dan frutos de un sabor exquisito; hay jardines esmaltados de hermosas y diferentes flores de virtudes, cuyo olor embalsama el cielo. Hay praderas verdes de esperanza, torres inexpugnables de fortaleza, moradas encantadoras de confianza. Solamente el Espíritu Santo puede hacer conocer la verdad escondida bajo las figuras de las cosas materiales. Hay aire de perfecta pureza; hermoso sol sin sombra, bello día sin noche; un horno ardiente y continuo de caridad, en que todo hierro que en él se pone se funde y cambia en oro; hay un río de humildad que sale de la tierra, y que, dividiéndose en cuatro brazos, riega todo este sitio encantador: estas son las cuatro virtudes cardinales.

262. El Espíritu Santo, por boca de los Santos Padres, llama también a la Santísima Virgen: Primero, la puerta oriental por la cual el gran sacerdote Jesucristo entró en el mundo; por ella entró la primera vez y por ella vendrá la segunda. Segundo, es menester también saber que la Santísima Virgen es el santuario de la Divinidad, el reclinatorio de la Santísima Trinidad, el trono de Dios, la ciudad de Dios, el altar de Dios, el templo de Dios, el mundo de Dios. Todos estos diferentes epítetos y alabanzas son muy verdaderos por su relación con las diferentes maravillas que el Altísimo ha obrado en María. ¡Oh, qué riquezas! ¡Oh, qué gloria! ¡Oh, qué placer! ¡Oh, qué dicha poder entrar y permanecer en María, en la que el Altísimo puso el trono de su gloria suprema!

263. Pero cuán difícil es a pecadores como nosotros tener el permiso, la capacidad y la luz para entrar en un lugar tan alto y tan santo, que está guardado, no por un querubín, como el antiguo paraíso terrestre, sino por el mismo Espíritu Santo, que se hizo dueño absoluto de él, y que lo ha llamado Huerto cerrado (Cant. 4,12). María está cerrada; María está sellada; los desgraciados hijos de Adán y Eva, echados del paraíso terrestre, no pueden entrar en este paraíso sino por una gracia particular del Espíritu Santo de que deben hacerse merecedores.

264. Después que se ha alcanzado por la fidelidad esta insigne gracia, es menester permanecer en el Corazón de María con complacencia, reposar en él en paz, apoyarse en él con confianza, esconderse en él para seguridad, y darse a él sin reserva, a fin de que en este virginal seno el alma sea bien alimentada con la leche de su gracia y de su misericordia maternal; se despoje de las turbaciones, temores y escrúpulos y se ponga en seguridad contra todos sus enemigos: el mundo, el demonio y el pecado que jamás han estado allí: por esto dice, que los que obran con ella no pecarán: Los que están conmigo no pecarán; es decir, aquellos que están en espíritu con la Santísima Virgen no pecarán: finalmente, para que ella se forme en Jesucristo y a Jesucrlsto en ella; porque su seno es, como dicen los Santos Padres, la sala de los sacramentos divinos en donde se han formado Jesucristo y todos los elegidos: El Hombre y el hombre en ella nacieron.

265. 4.º Por último, es necesario hacer todas nuestras acciones para María. Porque como estamos dedicados a su servicio, es justo que todo lo hagamos para Ella como un criado, un siervo o un esclavo; no que la tomemos como el último fin de nuestras acciones, que es sólo Jesucristo, sino por nuestro fin próximo, nuestro misterioso medio y manera segura para ir a él. Así como un buen siervo y esclavo, es necesario no permanecer ociosos, sino emprender y hacer grandes cosas para esta augusta Soberana, apoyados en su protección. Es necesario defender sus privilegios, cuando se los disputan; es necesario sostener su gloria, cuando se la ataca; llevar todo el mundo, si se puede, a su servicio y a esta sólida y verdadera devoción; hablar y escribir contra los que abusan de su devoción para ultrajar a su Hijo, y al propio tiempo establecer esta verdadera devoción; es necesario no pretender de ella, como recompensa de estos pequeños servicios, más que el honor de pertenecer a una tan amable Princesa y la felicidad de estar por Ella unidos a Jesús Hijo en el tiempo y en la eternidad.

¡Gloria a Jesús en María!
¡Gloria a María en Jesús!
¡Gloria a sólo Dios!