Augustissimae
Virginis
(Sobre
la Cofradía del Rosario)
Cuanto
interese fomentar constantemente el culto de la Augustísima Virgen
María y promoverle cada día con más esfuerzos en privado y en público,
fácilmente echará de ver cualquiera que consigo mismo considere
el grado altísimo de dignidad y gloria a que ha sido elevada por el Señor.
Desde el principio de los siglos la destinó para ser Madre del Verbo que había
de tomar carne humana; y por lo tanto de tal manera la distinguió entre todos
los seres que existían más hermosos en los tres órdenes de naturaleza,
gracia y gloria, que con razón la Iglesia, ha aplicado a Ella ellas palabras:
"Yo salí de la boca del Altísimo, engendrada antes que existiese ninguna
criatura" (Eccli 24,5). Mas luego que comenzaron los siglos, caídos en la culpa
original nuestros primeros padres, e inficionados con la misma mancha todos sus
descendientes, fue constituida como prenda restauradora de la paz y de la salvación.
El
mismo unigénito Hijo de Dios no pudo menos de dar a su Madre
Santísima señales evidentes de honor: pues cuando hacía vida
privada en la tierra, fue mediadora para la ejecución de dos
prodigios, que entonces realizó: uno de gracia, dando muestras
de gozo el niño en el vientre de Isabel, con motivo del saludo
que le dirigió María; el otro de naturaleza, al convertir el
agua en vino en las bodas de Caná; y cuando, al fin de su vida
pública, instituía el nuevo testamento que había de ser
sellado con su divina sangre, la encomendó al Apóstol del amor
con aquellas dulcísimas palabras: "Ahí tienes a tu
Madre" (Jn 19,27). Nos, pues, que, aunque indignos, hacemos
las veces y representamos en la tierra a la persona de
Jesucristo Hijo de Dios, jamás dejaremos de alabar a tan grande
Madre mientras tengamos vida. Conociendo que, por lo avanzado de
Nuestra edad, no la hemos de tener muy larga, no podemos menos
de reiterar a todos y a cada uno de Nuestros hijos en
Jesucristo, para dejarles como testamento, las últimas palabras
del mismo cuando estaba pendiente de la Cruz: "Ahí tienes a tu
Madre". Y Nos consideramos plenamente satisfechos, si con
Nuestras exhortaciones consiguiéremos, que cada uno de los
fieles nada tenga más arraigado, nada mire con más amor como
al culto de María, y que Nos fuere permitido aplicar a cada uno
las palabras de San Juan que escribió de sí mismo: "y
desde aquel punto encargóse de ella el discípulo, y la tuvo
consigo en su casa" (Jn 19,27).
Acercándose,
pues, el mes de Octubre, no omitiremos tampoco en este año, Venerables Hermanos,
la ocasión de dirigiros Nuestras Letras, exhortándoos una vez más
con la mayor solicitud que esté a Nuestro alcance, que procure cada uno, por
medio del Santo Rosario, adquirir méritos para sí y para la Iglesia
militante. Y esta
devoción parece que al finalizar el presente siglo por singular providencia
de Dios aumenta de día en día, para excitar la piedad de los fieles
que languidece: y de ello dan testimonio los grandes templos y santuarios que son
celebérrimos por el culto de la Madre de Dios. A esta Madre Divina, a la cual
ofrecimos flores en el mes de Mayo, consagrémosle también con especial
afecto de piedad el fructífero mes de Octubre: pues es muy propio que dediquemos
ambas épocas del año a aquélla que dijo de sí misma:
"mis flores dan fruto de gloria y de riqueza" (Eccli 24,23).
El espíritu
de asociación a que se inclinan naturalmente los hombres, en ninguna época
se ha hecho más efectivo constituyendo lazos de estrecha unión,
como en la nuestra; ni nadie ciertamente le condenará, a no ser, que,
torciéndose esta nobilísima inclinación de naturaleza,
tienda a malos fines, confederándose y reuniéndose los hombres
impíos en asociaciones de varia especie "contra el Señor
y contra su Cristo" (Sal 2,2). Se echa, no obstante, de ver con gozo del alma,
que también entre los católicos se despierta el amor y se procura
el fomento de las asociaciones piadosas, acrecentándose el número
de sus individuos, uniéndose todos en ellas con el vínculo del amor cristiano,
considerándolas como domicilios comunes, de tal manera que pueden llamarse
y parecen ser verdaderamente hermanos. No debe en manera alguna llevar el nombre
de asociación fraternal aquélla donde no exista el amor de Cristo;
lo cual condenaba severamente en otro tiempo Tertuliano con estas palabras: "Somos
por derecho de naturaleza vuestros hermanos, como hijos de una madre, aunque tenéis
poco de hombres, porque sois malos hermanos. Pues, ¿cuánto más
son dignos del nombre de hermanos aquellos que reconocen a un Dios como padre,
que bebieron un mismo espíritu de santidad, y de un mismo vientre de ignorancia
salieron a la única luz de la verdad" (Apologeticum,
c. 39). Muchos son
los motivos que deben excitar a los hombres católicos: a la institución
de estas últimas asociaciones, como las llamadas círculos y bancos agrarios,
las reuniones para recreo del ánimo en los días de fiesta,
las que se conocen con el nombre de patronatos dedicados a la vigilancia y dirección
de los niños, con otras congregaciones y cofradías constituidas sobre
excelentes bases. En verdad todas ellas, aunque por su nombre, forma y especial
próximo fin, parezcan de institución moderna, son antiquísimas;
pues se encuentran vestigios de las mismas en los comienzos de religión cristiana.
Regularizándose más tarde mediante ciertas reglas, distinguiéndose
con signos especiales, obtuvieron privilegios, y empleadas en el culto divino en los templos,
o destinadas al cuidado de las almas y de los cuerpos, se les ha dado varios nombres
según los distintos tiempos. El número de estas asociaciones se ha
aumentado de día en día, de tal modo que, en Italia sobre todo, no hay ciudad,
villa y aun parroquia donde no existan una o muchas.
Entre estas
asociaciones no dudamos en dar el primer lugar de dignidad a la que se llama del
Santo Rosario. Pues si atendemos a su origen, es de las primeras en antigüedad,
porque se ti por autor de esta institución al mismo Padre Santo Domingo: si
consideramos sus privilegios, está dotada de innumerables gracias por la
munificencia de Nuestros predecesores.
La forma y la vida de institución es
el Rosario Mariano, de cuyo poder hemos hablado extensamente en otras ocasiones.
Sin embargo, es mucho mayor la virtud y eficacia del Rosario en cuanto que es
práctica de la asociación que lleva su nombre. A nadie se oculta lo necesario
que es la oración a todos, no porque puedan mudarse por su virtud los decretos
divinos, sino para que según San Gregorio: "Los hombres, elevando a Dios
sus plegarias, merezcan recibir lo que el Señor omnipotente tiene dispuesto concederles
desde la eternidad" (Dialog., l. I, c. 8). Y San Agustín: "El que sabe orar rectamente, sabe
también vivir rectamente" (Enarr. in Ps. 118). Pero las oraciones tienen más vigor para
impetrar el auxilio del cielo, cuando se dirigen por muchos a Dios, pública, constante
y unánimemente; de tal manera que entonces se hacen como solo coro de súplicas y esto
lo declara manifiestamente aquello de los hechos Apostólicos, cuando se dice que
los Apóstoles que esperaban el Espíritu Santo, "perseveraban unánimes en
oración" (He 1,14). Los que oren de este modo, no podrán menos de lograr fruto
ciertísimo, y esto acontece con los cofrades del Santo Rosario. Pues, así como oran ,
los sacerdotes pública y constantemente y por consiguiente con mucha eficacia con
la recitación del oficio divino; también es de cierta manera pública,
constante y común la oración que se hace por los cofrades con el rezo del
Santo Rosario, o "Salterio de la Virgen", como se le llama por algunos Romanos
Pontífices.
Y por cuanto
estas preces públicas, según dijimos, son mucho más excelentes
que las que se hacen en privado, tienen también mayor fuerza de impetración,
de ahí es que se haya dado por los escritores eclesiásticos a esta
Cofradía el nombre de "milicia suplicante inscrita por el Padre Santo Domingo
bajo la bandera de la Madre de Dios" a la que saludan las sagradas letras y los fastos
eclesiásticos como a vencedora del demonio y de todos los errores. Ciertamente
el Rosario Mariano une a todos aquellos que dan su nombre a esta asociación con un
vínculo común a manera de una compañía fraternal y militar
bien constituida y formada, que se compone de un ejército potentísimo
para resistir los esfuerzos de los enemigos, que nos acometen intrínseca o extrínsecamente.
Con mucha razón pueden, por tanto, aplicarse a sí mismos los cofrades
de esta piadosa asociación aquellas palabras de San Cipriano: "Tenemos
una oración pública y común, y cuando oramos, no elevamos nuestras
plegarias al Señor por uno, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo
somos una misma cosa" (De Oratione Dominica).
Por otra parte nos dan testimonio de la virtud y eficacia
de tal súplica los anales eclesiásticos al consignar la derrota sufrida
por las tropas turcas en la batalla naval de Lepanto, como
también las victorias alcanzadas contra los mismos en el siglo pasado
en Temeswar (Hungría) y cerca de la isla de Corfú. Gregorio XIII quiso que perseverase la memoria del primero
de dichos triunfos con la práctica pública del Santísimo Rosario
en el día de Nuestra Señora de las Victorias, cuyo día lo dedicó
después Nuestro predecesor Clemente XI a la misma Señora bajo
la advocación del Rosario, mandando además que se celebrara dicha fiesta
cada año en toda la Iglesia.
Por cuanto
esta milicia suplicante es "inscrita bajo la bandera de la Madre de Dios",
lleva consigo nueva virtud y especial honor. A esto se refiere particularmente,
la salutación angélica repetida muchas veces después de la
oración dominical. Dista mucho de oponerse esta devoción del Rosario
a la dignidad de Dios, pareciendo que hemos de tener por medio de ella más confianza
en el patrocinio de María que en el poder divino; sino por el contrario,
no hay cosa que más pueda promover el culto del Señor y hacérnosle
propicio. La fe católica nos enseña que no solamente hemos de dirigir
a Dios nuestras plegarias, sino también a los bienaventurados del
cielo,
aunque de distinto modo, porque elevamos nuestras súplicas a Dios como
a fuente de toda clase de bienes, y a los santos como a intercesores. "La oración,
dice Santo Tomás, se dirige a alguno de dos maneras, de una en cuanto
que ha de ser despachada por aquel a quien oramos, y de otra en cuanto que ha
de ser conseguida por mediación de aquel a quien se eleva. Del primer modo
oramos solamente al Señor, porque todas nuestras oraciones deben ordenarse
a la consecución de la gracia y de la gloria, cuyos dones sólo Dios
puede otorgar, conforme a aquello del Salmo 83,12: "el Señor dará
la gracia y la gloria". Pero del segundo modo dirigimos la oración a los Ángeles
y hombres Santos, no para que por medio de ellos conozca Dios nuestras peticiones,
sino para que nuestras oraciones produzcan su efecto por las súplicas
y méritos de ellos. Y por eso se dice en el Apocalipsis 8,4 que el humo
de los perfumes o aromas encendidos de las oraciones de los Santos
subió
por la mano del Ángel al acatamiento de Dios" (Summa
Theol., II-II, q. 83, a. 4). ¿Quién
entre todos los bienaventurados podrá competir con la augusta Madre de Dios en
el poder y en la gracia de intercesión? ¿Acaso hay alguno que pueda ver
más claramente en el Verbo eterno, las calamidades que sufrimos y las cosas
que necesitamos? ¿A quién se le dio mayor poder para atraernos la misericordia
de Dios? ¿Quién podrá compararse con Ella en sentimientos de piedad
maternal? Es de notar que no pedimos a los Santos del mismo modo que lo hacemos a Dios,
"pues a la Santa Trinidad le pedimos que tenga misericordia de nosotros, pero
a todos los demás Santos les decimos que oren por nosotros"
(Summa Theol., II-II, q. 83, a. 4): mas el modo de orar
a la Virgen tiene algo de común con el culto de Dios, de tal manera que la Iglesia
pide a Ella empleando las mismas palabras con que ora al Señor: "Ten misericordia
de los pecadores". Muy bien, pues, obran los cofrades del Santo Rosario al dirigirle
tantas salutaciones y súplicas, que vienen a ser otras tantas guirnaldas de rosas.
Tal es la grandeza de María y tanta la gracia que tiene ante Dios, que aquel que estando
necesitado de auxilio no recurre a Ella, es lo mismo que si deseara volar sin el auxilio
de las alas.
Hay también
otro motivo de alabanza para esta Asociación que no debemos pasar en silencio.
Siempre que meditamos con el rezo del Santo Rosario los misterios de nuestra salvación,
otras tantas veces practicamos con noble emulación los oficios santísimos
encomendados en otro tiempo a los Ángeles del cielo a quienes imitamos.
Ellos
revelaron cada uno a su tiempo estos misterios, tomaron parte muy principal en
ellos, diligentísimos fueron al intervenir en los mismos, manifestando
en sus rostros unas veces gozo y alegría y tristeza otras: San Gabriel
es enviado a la Virgen para anunciarle la Encarnación del Verbo eterno: coros
angélicos celebran con cánticos de alegría el nacimiento del Salvador
en la gruta de Belén; un Ángel sugiere a José la huida a Egipto,
y que se tuviese allí con el niño; un Ángel consuela al Señor
que a fuerza de dolor sudaba sangre en el huerto. Vencida muerte, los Ángeles
anuncian la resurrección del Señor, y, subido a los cielos, los Ángeles
también proclaman que desde allí ha de venir acompañado los
ejércitos celestiales, con los cuales juntarán las almas de los escogidos,
llevándolas consigo a los cielos, sobre los cuales "ha sido ensalzada la Santa
Madre de Dios". Pueden con
razón aplicarse a cofrades del Santo Rosario aquellas palabras
que dirigía el Apóstol San Pablo a los primeros cristianos: "Vosotros
habéis acercado al monte de Sión la ciudad de Dios viviente,
la celestial Jerusalén, al coro de muchos millares de Ángeles" (Heb 12,22). ¿Qué
cosa puede haber más divina y más dulce que el contemplarle
con los Ángeles y orar juntamente con ellos? ¿Cuánto deben esperar
y confiar que gozarán algún día en el cielo de la
compañía bienaventurada de los Ángeles, aquellos que se asociaron
en cierto modo a su ministerio la en tierra?
Por estas
consideraciones ensalzaron con grandes elogios esta Cofradía Mariana,
los Romanos Pontífices, entre los cuales Inocencio VIII
la llama "Cofradía devotísima" (Splendor
Paternae Gloriae); Pío V, afirma que
por su virtud se ha conseguido que: "comenzasen a madurar repentinamente
los fieles de Jesucristo en otros varones, a desvanecerse las tinieblas
de las herejías y a manifestarse la luz de la verdad católica"
(Consueverunt Romani Pontifices).
Sixto V, considerando los frutos que se derivan de esta religiosa institución,
se manifiesta devotísimo de ella; y otros, en fin, o la enriquecieron con
grandes y provechosísimas indulgencias, o se pusieron bajo su tutela, dando a
ellas su nombre con excelentes señales de benevolencia.
También Nos,
Venerables Hermanos, movido por el ejemplo de Nuestros predecesores, os exhortamos
y rogamos con encarecimiento, como ya lo hemos hecho muchas veces, que consagréis
especial cuidado al fomento de esta sagrada Cofradía de tal manera que
con vuestro auxilio, cada día se llenen e inscriban nuevos cofrades;
que por medio de vuestra solicitud y con el auxilio del clero sometido a vuestra
vigilancia que trabaja por la salvación de las almas, conozcan los fieles y
estimen verdaderamente cuánta sea la virtud y utilidad de esta Cofradía
para la salvación de los hombres. Y esto lo pedimos con tanto más empeño,
cuanto que en estos presentes tiempos vuelve a excitarse la hermosísima
manifestación de piedad para con la Madre de Dios por medio del Rosario que llaman perpetuo.
Damos con grato
contento de Nuestro corazón Nuestra bendición a esta asociación, y
deseamos sobre manera que os ocupéis en promoverla con mucha constancia y
diligencia. Esperamos, pues, con gran confianza que han de ser muy valiosas las
alabanzas y oraciones que sin cesar surgirán del corazón y los labios de la
muchedumbre cristiana; y alternando de día y de noche por las varias regiones
del orbe, junten el canto de sus voces concordes con la meditación de las cosas
divinas. Y esta perpetuidad de alabanzas y súplicas la significaron hace ya
muchos siglos, aquéllas voces con que era aclamada Judit con el canto de Ozías:
"Bendita eres del Señor Dios altísimo tú, oh hija, sobre todas las mujeres
de la tierra... porque hoy ha engrandecido tu nombre de tal manera, que jamás tus
alabanzas cesarán en los labios de los hombres"; a cuyas voces todo el pueblo de
Israel respondió clamando: "Así sea, así sea" (Jdt
13,18ss).
Entre tanto,
como prenda de celestiales beneficios, y en testimonio de Nuestra paternal benevolencia,
os damos la Bendición Apostólica con mucho amor en el Señor a vosotros,
Venerables Hermanos, y a todo el clero y pueblo encomendado a vuestra fe y solicitud.
Dado en Roma,
junto a San Pedro, el día 12 de Setiembre del año 1897, vigésimo
de Nuestro Pontificado.
LEÓN XIII
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